Toda cosa que se vea de muy cerca pierde su valor: la maravilla de la distancia que encierra el propio ideal. Por eso la costumbre es la gran aniquiladora del amor vulgar. El odio es el único remedio contra esta especie de enfermedad que es el amor.
En otra clase de espíritus, que gustan de contemplar lo hechos desde perspectivas bastante diferentes, el amor aparece como una virtud suprema que jamás decrece con el contacto, sino todo lo contrario. Este espíritu idealista, es decir, este ser que, no conforme con la realidad vulgar, se aferra a su idea romántica del mundo, termina frecuentemente haciéndose artista, o filósofo.
En materia de amor, como en muchas otras, el artista siempre transmitirá una versión distorsionada de los hechos, sea de manera nostálgica o pesimista, sea de forma cómica o alegre.
El filósofo, por otro lado, querrá siempre aniquilar el ideal y conocer la verdad a toda costa, no la verdad, sino su verdad, la que le ha sido asignada conocer. El remedio del filósofo contra el amor será la comprensión del ridículo. De aquí la condescendencia de todo hombre de razón.
En el mejor, o en el peor de los casos (esto depende de puntos de vista), el espíritu idealista, ese que concibe las cosas desde cierta distancia, será por casualidad, filósofo y artista a la vez: he aquí el tipo de escritor que a mí me gusta.
1 comentario:
Y hablando de ver de cerca, hoy te apareciste y yo estaba sin mi almohadón colorado a mano. ¡Habráse visto una insolencia mayor!
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