Era feriado y Bernardo tuvo que ir a trabajar. El tránsito de los feriados es más bien rápido y uniforme, (pensó) y dirigió sus pasos hasta la parada del colectivo, que tardó en aparecer unos quince minutos. El chofer hizo al principio el ademán de no frenar; se tiró ligeramente hacia la derecha pero antes de que Bernardo empezara a putear ya se había situado del lado correspondiente a la subida de pasajeros. Bernardo se alegró. Dijo “buen día, ochenta centavos” y caminó hasta el fondo. Había un asiento libre. El sol brillaba, acaso sería un gran día. Un gran día para un hombre del montón.
El aparato transportador de materia obrera avanzaba de una manera considerablemente lenta. No estoy apurado, pensó Bernardo, y abrió su Memorias del subsuelo. Leyó cerca de diez minutos, la calle estaba bastante vacía (de autos y de gente), y el chofer tampoco parecía tener apuro.
Bernardo volvió a su lectura. Un párrafo. Dos párrafos. El colectivo se movilizó tres cuadras promedio, de cien metros. Leyó más rápido. Miró la cara inerte del conductor que se reflejaba en el espejo. El espejo tenía grabados florales. A ver si salimos de primera, carajo, quiso decir Bernardo, pero optó por mantener la cordura, realmente no había apuro, era el trabajo de siempre lo que esperaba al final del trayecto. El trabajo lo seguiría esperando. Aunque el jefe no iba a creer en la excusa del retraso. Era feriado y el tránsito era más bien rápido y uniforme.
El aparato transportador de materia obrera avanzaba de una manera considerablemente lenta. No estoy apurado, pensó Bernardo, y abrió su Memorias del subsuelo. Leyó cerca de diez minutos, la calle estaba bastante vacía (de autos y de gente), y el chofer tampoco parecía tener apuro.
Bernardo volvió a su lectura. Un párrafo. Dos párrafos. El colectivo se movilizó tres cuadras promedio, de cien metros. Leyó más rápido. Miró la cara inerte del conductor que se reflejaba en el espejo. El espejo tenía grabados florales. A ver si salimos de primera, carajo, quiso decir Bernardo, pero optó por mantener la cordura, realmente no había apuro, era el trabajo de siempre lo que esperaba al final del trayecto. El trabajo lo seguiría esperando. Aunque el jefe no iba a creer en la excusa del retraso. Era feriado y el tránsito era más bien rápido y uniforme.
2 comentarios:
¡Gracias por el ofrecimiento de laburo! Podría hacer de jefe, en una secuela de este texto, ¿no?
Esteban.
PD: utilizo el usuario de Crispín, porque todavía no me armé uno propio. En cualquier momento se viene el blog de Esteban.
muchas gracias!!! la verdad es que hago lo que puedo, pero me gustaría participar
De todas maneras estaremos en contacto! me agradaría que siguiéramos leyéndonos
te cuidas!
un abrazo
Publicar un comentario