Natalia se sentó en el bar de siempre y pidió un cortado. Terminó de leer un libro que le habían prestado y cuando miró el reloj, - convencionalmente redondo, a una altura conveniente a la visibilidad desde todos los ángulos y todas las mesas- habían pasado tres horas. Pidió otro café, desde siempre tuvo la impresión o paranoia de que no era lícito sentarse a la mesa de ningún bar por tantas horas y sin pagar por ese derecho. El camarero le dijo que iba a empezar a cobrarle alquiler y agregó, con una mueca parecida a una risita, que por supuesto era una broma y Natalia se rió histérica (porque las bromas nos existen).
Luego de dar el portazo en la casa de Bernardo, caminó hasta su casa, deteniéndose como de costumbre en cuanta librería encontró por su camino, y dos horas mas tarde metió las llaves en la cerradura del tercero diecinueve, para darse de frente con una bonita peripecia;
A) La puerta no abría,
B) La llave ni siquiera entraba en la cerradura,
C) Esta vez no se había equivocado ni de piso ni de puerta y, efectivamente, todo seguía igual que cuando lo había dejado,
D) Salvo la cerradura.
Tocó el timbre impaciente, nadie contestó. La vecina del diecisiete asomó su cabecita de tinte rojo por el levísimo espacio entre la pared y la puerta entreabierta; llamó a Natalia. Le comunicó que tenía en el living un bolso con su ropa, además de una nota del propietario, dirigida a su nombre.
Y de que el mundo es injusto ya se había enterado hace tiempo…, leyó el papel con la mejor cara de sorpresa que puede poner una persona que ya no se sorprende con nada. Luego de eso, fue al bar.
Antes le rogó a la pelirroja de bote que le guardara sus “ajuares” –esta fue la palabra que Natalia utilizó- hasta el día siguiente, petición a la que accedió la vecina de mala gana, pero en fin, accedió.
El reloj marcó las nueve de la noche y Natalia tomó la última gota del tercer cortado. Se puso de pie y saludó con un gesto al camarero. De camino a la puerta tiró en el tacho de basura un papel prolijamente hecho un bollo tres minutos antes.
Durante la próxima hora anduvo sin rumbo; lo malo del tiempo no es que pase, sino qué pasa con el tiempo y cuánto queda. Son las marcas las que importan, no los hechos; igual de inútiles que las horas.
Decidió irse a la casa de Bernardo. Cruzó la calle y alcanzó a verlo asomado por la ventana. Tocó el timbre.
"Oh, gran creador del ser, concédenos una hora más para representar nuestro Arte, para perfeccionar nuestras vidas" ~ James D.Morrison ~
lunes, 7 de mayo de 2007
Doce
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Una auténtica Mariana. Muy bueno, muy cargado, muy ensayístico. Me alegra leer textos de ésta calidad!! Me contaron que tu novela está muy pero muy buena, espero que sigas así.
Besos!
Publicar un comentario