jueves, 18 de noviembre de 2010

A una iletrada honrada,

Con la altivés de quien
a sí mismo se llama humilde,
mientras mira desde arriba
al maldito soberbio,
me dijiste que los libros
no me pueden enseñar a vivir,
¡Muy lejos estás de comprender
que esas letras absurdas
me ayudan a soportar vivir!

Cuando el vacío devorador
de la existencia
me rodea
como un ejército de gusanos,
¡qué me importa el saber!
Si es la mano amiga
de Baudelaire, de Nietzsche
de Fiodor o Kundera
la que en la espalda me palmea
y me impulsa a seguir.

Y tu envidia,
de modesto desconocimiento
y humildad
pretende disfrazarce,
para echarme en cara
que a la altura de tales espíritus
de tales frases
yo me plante
Y decís que a VOS
te adoctrina la vida
con una de cal,
con otra de arena,

Mas, tu miopía intelectual
no te deja ver
que en la cornisa de este hastío
bendito
¡Ya no hay cal ni arena!
Bueno...
¡Podés irte al carajo, nena!

No hay comentarios.: