miércoles, 2 de julio de 2008

Sesenta y cinco

Muchas de las ideas que lo mantenían despierto esa noche, giraban alrededor de Thomas.

Bernardo pasa delante del espejo en la oscuridad del living y se detiene; mira una cara que conoce bastante bien, aunque prefiere abstraer los pensamientos para dentro de sí.

Se pregunta qué cosas hay cabalmente imprescindibles. Y ¿quién no supera un algo perdido si la construcción de un nuevo ideal? Pero también está la nostalgia que envenena el devenir de los días, y una elección.

Bernardo volvió a pensar en Thomas y sintió esa cosa que nunca había logrado definir, razón por lo que había evitado pensar en él a toda costa, y sin embargo, ahí estaba: recordando otra vez. Había logrado deshacer racionalmente o exorcizar de sí aquella historia y como por arte de magia su in-conciente le había arrojado sueños macabros que no eran más que el recuerdo en sí devenido en mensaje onírico. Me sorprendería si no hubiera vivido para ver la era del psicoanálisis después de Freud, se dijo irónicamente y ¿Por qué recuerda el hombre? Pensó que sería acaso para definirse a sí mismo, o por la simple voluptuosidad en el anhelo.

Había conocido a Thomas en un viaje a Inglaterra que se extendió en siete años de un exilio que le hizo añorar Buenos Aires como un amor perdido. Lo convenció de las hermosas desventajas de ser un bonaerense más, y empezaron juntos el viaje que los llevó al quinto diecinueve de un edificio medio en ruinas de la calle Balcarce.

Thomas encontró rápidamente su lugar en la ciudad y se las arregló repartiendo clases de literatura inglesa a viejas burguesas que además apreciaban sus dotes de amante, según le había dicho a Bernardo en un tono jovial y you should do the same bloody thing, my friend decía y Bernardo sonreía pero nunca acotaba nada. Thomas le recordaba un poco a Van Gogh; tenía el pelo y la barba rojizas y además una mirada que a veces parecía vaciarse, como si estuviera ausente pensó Bernardo y volvió a fijar la vista en el espejo. Sería mejor volver a la cama, el frío del otoño empezaba a caer.

2 comentarios:

josé lopez romero dijo...

No quiero parecer pegajozo diciendo que este relato es excelente y me llegó. (tuve que poner el traductor para la frase en inglés, já).

Natalia dijo...

..."Una mirada que a veces parecía vaciarse"... De esas frases célebres que se te quedan pegadas en las pestañas apenas las lees.