Pablo levantó la mano y le hizo señas a Juan para que les cobrara. El viejo dijo que era una invitación de la casa para la dama porque aunque no lo recuerdo estoy seguro de que nos conocemos desde hace un tiempo. Natalia le sonrió muy animada mientras en la calle frenaba un Mercedes, haciendo el intento de estacionar. Pablo le dijo en chiste que a mí me conoce desde hace más tiempo y nunca me invitó ningún café, Juan sonrió y he aquí la primera vez acotó. El Mercedes tenía los vidrios polarizados y no se alcanzaba a ver quién será el inútil que pretender estacionar, demasiado auto para tan poco talento, che, pensó Natalia y supo de inmediato que se trataba de envidia, las maniobras torpes del conductor dejaron al Mercedes a medio metro del cordón de la vereda y cuando la puerta estuvo entreabierta, se dejó ver un pie anciano de mujer, calzado en sandalias coloradas. Del lado del conductor salió otra mujer igual de vieja, envuelta en un vestido negro que hacía juego con el Mercedes. Natalia se preguntó cómo sería la vida de esas señoras y si el dinero les había o no, comprado la felicidad. Voy a tener que irme, dijo Pablo y se paró, tenés las llaves de casa y espero encontrarte ahí cuando vuelva. Natalia no le preguntó dónde iba pero se puso de pie y le dio unas palmaditas en la espalda al abrazarlo, seguramente irá a ver a su hijo pensó y el dinero es un instrumento y no un fin se afirmó mientras volvía los ojos sobre el auto malestacionado. Despacháme otro cortado, Juan y el viejo asintió e inmediatamente después se agachó tras la barra y se puso hacer algo que Natalia no pudo discernir hasta que oyó las primeras notas de un Adagio de Beethoven. Pensó en Bernardo, que hubiera estado encantado con la circunstancia.
Unos ojos azules grisáceos se incrustaron en el perfil de Natalia. El hombre tenía pelo rubio muy lacio y la barba, canosa y desprolija, le llegaba hasta el pecho. En la mano sostenía un libro de Soriano.
Había una botella vacía de cerveza negra en el extremo de la mesa, y un cigarrillo recién armado se consumía en el cenicero de madera. La imparcialidad de este hombre por fin llamó la atención de Natalia, que no había notado su presencia hasta ese momento. Con los ojos aún perdidos en un punto inconcluso entre la cara de Natalia y la nada, el hombre ignoraba todo y era ignorado por todo, su imagen era la extensión del libro que sostenía en la mano y era a su vez Triste, solitario y final.
Unos ojos azules grisáceos se incrustaron en el perfil de Natalia. El hombre tenía pelo rubio muy lacio y la barba, canosa y desprolija, le llegaba hasta el pecho. En la mano sostenía un libro de Soriano.
Había una botella vacía de cerveza negra en el extremo de la mesa, y un cigarrillo recién armado se consumía en el cenicero de madera. La imparcialidad de este hombre por fin llamó la atención de Natalia, que no había notado su presencia hasta ese momento. Con los ojos aún perdidos en un punto inconcluso entre la cara de Natalia y la nada, el hombre ignoraba todo y era ignorado por todo, su imagen era la extensión del libro que sostenía en la mano y era a su vez Triste, solitario y final.
2 comentarios:
Pucha, todavía reniego de que no me hayas permitido leer tu novela. Te leo y leo a una mujer, señora de unos 40 años, pero que vivió unos 239. Y todo lo que ya sabés.
Estoy agradecido a un amigo que entró en mi blog y por seguirlo estoy descubriendo "tantísimo" que quería encontrar. Este escrito desconocida señora o muchacha, o el estado civil que tengas,me gustó mucho. Es poco lo que he leído de tu delirio todavía (yo también tengo los míos), pero seguiré andando por tu espacio de vez en cuando, gracias (tantorra.blogspot.com)/ (losheliotropos.blogspot.com)
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