Qué linda palabra “insoslayable”. Hay palabras cuyo significado debería cambiar; el significado asesina al sonido, al ritmo, al placer de decir: “in-sos-la-ya-ble”.
Porque, insoslayablemente, odio lo insoslayable; la existencia de un todo que no sabe hacia donde va, pero que sigue andando. Y tal vez no haya un rumbo sino un regreso sempiterno al punto de partida. Como un palíndrome;
Dábale arroz a la zorra el Abad
Sem-pi-ter-no e in-sos-la-yable; sos la llave de una puerta que da a un jardín de tréboles de tres hojas ¿Y la cuarta hojita dónde está? Me estoy volviendo loco, y tengo que afeitarme. ¿Dónde carajo estará la máquina? Che Natalia, ¿vos estuviste usando mi afeitadora? No, dice Natalia desde el living, Bernardo sigue revolviendo en el botiquín del baño y al final de cuentas yo nunca he visto un trébol de cuatro hojas, o sea que no existen. Natalia, ¿vos alguna vez viste un trébol de cuatro hojas? No ¿por qué? Entonces no existen. Que vos no puedas ver algo no quiere decir que no exista, Berni. No me digas “Berni”. ¿Encontraste la máquina de afeitar? No. Entonces no existe. ¿Qué cosa? La máquina de afeitar. ¿Qué querés decir con eso, querida? Si decís que los tréboles de cuatro hojas no existen porque no los ves, se puede aplicar la misma lógica con la maquina de afeitar, ¿no? Es más, en este momento, para mi no existe nada más que este sillón hecho mierda que tenés hace treinta y cinco años, y todo lo que alcanzo a ver en el living; y vos sos una voz que viene de un lugar que no sé si existe porque no lo veo. En realidad, a lo mejor la que no existe soy yo ¿entendés? pensá en toda la gente que hay en el mundo; toda la gente que vos no sabés que existe, un musulmán que está haciendo en este preciso momento su cuarta reverencia del día a Alá; yo no existo para ese tipo ¿entendés? Encontré la afeitadora. ¿Dónde estaba? Detrás del inodoro. Che, la barba te queda bien. Pero no puedo sortear los menesteres higiénico-estéticos que me demanda la celestial civilización que existe de la puerta para fuera; afeitarme es una tarea in-sos-la-ya-ble. ¿Se puede saber por qué exagerás todo lo que decís, che? le pregunta Natalia al mismo tiempo que entra en el baño, se baja los pantalones y se sienta en el inodoro. ¿Se puede saber por qué o cómo osas mear en mi presencia? Y por qué no; pretender que uno no va al baño es una soberana estupidez, che, quieras o no, dentro tuyo hay una cosa llamada intestino grueso, por el que ha de pasar eventualmente todo lo que entre por tu boca, y después salir... No me expliques más. Hay que parar de idealizar, fijáte como anda la gente por la vida; afirmando que sí tiene alma pero negando cabalmente la existencia de un intestino grueso y de un deseo de
Cagar, es lo que espero que no hagas mientras yo esté en el baño; a dos personas normales les lleva al menos noventa y cinco años de relación hablar de
¿El intestino grueso? no te preocupes que ya me voy, che. Se subió los pantalones y volvió al sillónhechomierda.
Bernardo se puso espuma en la cara del espejo, y la afeitó con los dedos. Usó la misma espuma para su cara y terminó de limpiar la cara del espejo con una toalla mojada.
Dábale arroz a la zorra el Abad. Así las cosas, Bernardo, y vos intentando aniquilar la subsistencia de un pelo que forzosamente va a volver a salir. Y los tréboles.
Porque, insoslayablemente, odio lo insoslayable; la existencia de un todo que no sabe hacia donde va, pero que sigue andando. Y tal vez no haya un rumbo sino un regreso sempiterno al punto de partida. Como un palíndrome;
Dábale arroz a la zorra el Abad
Sem-pi-ter-no e in-sos-la-yable; sos la llave de una puerta que da a un jardín de tréboles de tres hojas ¿Y la cuarta hojita dónde está? Me estoy volviendo loco, y tengo que afeitarme. ¿Dónde carajo estará la máquina? Che Natalia, ¿vos estuviste usando mi afeitadora? No, dice Natalia desde el living, Bernardo sigue revolviendo en el botiquín del baño y al final de cuentas yo nunca he visto un trébol de cuatro hojas, o sea que no existen. Natalia, ¿vos alguna vez viste un trébol de cuatro hojas? No ¿por qué? Entonces no existen. Que vos no puedas ver algo no quiere decir que no exista, Berni. No me digas “Berni”. ¿Encontraste la máquina de afeitar? No. Entonces no existe. ¿Qué cosa? La máquina de afeitar. ¿Qué querés decir con eso, querida? Si decís que los tréboles de cuatro hojas no existen porque no los ves, se puede aplicar la misma lógica con la maquina de afeitar, ¿no? Es más, en este momento, para mi no existe nada más que este sillón hecho mierda que tenés hace treinta y cinco años, y todo lo que alcanzo a ver en el living; y vos sos una voz que viene de un lugar que no sé si existe porque no lo veo. En realidad, a lo mejor la que no existe soy yo ¿entendés? pensá en toda la gente que hay en el mundo; toda la gente que vos no sabés que existe, un musulmán que está haciendo en este preciso momento su cuarta reverencia del día a Alá; yo no existo para ese tipo ¿entendés? Encontré la afeitadora. ¿Dónde estaba? Detrás del inodoro. Che, la barba te queda bien. Pero no puedo sortear los menesteres higiénico-estéticos que me demanda la celestial civilización que existe de la puerta para fuera; afeitarme es una tarea in-sos-la-ya-ble. ¿Se puede saber por qué exagerás todo lo que decís, che? le pregunta Natalia al mismo tiempo que entra en el baño, se baja los pantalones y se sienta en el inodoro. ¿Se puede saber por qué o cómo osas mear en mi presencia? Y por qué no; pretender que uno no va al baño es una soberana estupidez, che, quieras o no, dentro tuyo hay una cosa llamada intestino grueso, por el que ha de pasar eventualmente todo lo que entre por tu boca, y después salir... No me expliques más. Hay que parar de idealizar, fijáte como anda la gente por la vida; afirmando que sí tiene alma pero negando cabalmente la existencia de un intestino grueso y de un deseo de
Cagar, es lo que espero que no hagas mientras yo esté en el baño; a dos personas normales les lleva al menos noventa y cinco años de relación hablar de
¿El intestino grueso? no te preocupes que ya me voy, che. Se subió los pantalones y volvió al sillónhechomierda.
Bernardo se puso espuma en la cara del espejo, y la afeitó con los dedos. Usó la misma espuma para su cara y terminó de limpiar la cara del espejo con una toalla mojada.
Dábale arroz a la zorra el Abad. Así las cosas, Bernardo, y vos intentando aniquilar la subsistencia de un pelo que forzosamente va a volver a salir. Y los tréboles.
1 comentario:
Leer este capítulo me devolvió algo que había olvidado. Me trajo la imagen de cuando era chica y recortaba palíndromes y las pegaba en un cuadernito.
Até la pala a la paleta.
Muy buen material!
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